El tratamiento quirúrgico del cáncer de cuello uterino ha experimentado cambios sustanciales en el transcurso del tiempo, merced al mejor conocimiento de la historia natural de la afección y, al perfeccionamiento de la cirugía , anestesia y de la medicina en general. Al mismo tiempo, la radioterapia ha venido compitiendo con el procedimiento quirúrgico, llegando en muchas ocasiones a desplazarlo como tratamiento de elección. En 1898 Wertheim, idea la intervención para incluir en la exéresis, por esta afección, a los tejidos parametriales, preconizando la extirpación de los ganglios que pudieran ser sospechosos de infiltración tumoral. Nathanson y Tausig (1930), sistematizan la linfadenectomía pélvica extra y transperitoneal. J. V. Meigs, reúne la operación que lleva su nombre, a la histerectomía radical de Wertheim y la linfadenectomía transperitoneal, lo cual, vuelve la cirugía a disputar a las radiaciones el tratamiento de estas pacientes. En el C.S.I. se realiza como tratamiento una histerectomía total con un manguito de vagina, si la paciente desea mantener la capacidad de procreación, se puede realizar la amputación del cuello. En el carcinoma infiltrante, consideramos la utilidad de la cirugía en los estadios I y II-A, mediante histerectomías radicales; y en los estadios IV (vejiga y/o recto), mediante exenteración pélvica. En los casos complicados con embarazo, somos partidiarios del tratamiento quirúrgico. Cuando se trata de la primera mitad del embarazo, se realiza el tratamiento haciendo caso omiso de la gestación, pudiendo ser necesario realizar una microcesárea para eliminar el contenido del útero y facilitar la operación. En el último trimestre del embarazo, se espera la viabilidad fetal, y posteriormente se practica cesárea corporal y a continuación, histerectomía radical con linfadenectomía pélvica.