El cáncer de ovario constituye en la actualidad una de las afecciones neoplásicas más graves y la más letal de la esfera ginecológica. No se trata de una entidad única, sino de un conjunto de tumores de diversos orígenes, histología y comportamiento clínico. Hasta el presente, creemos que esta afección es eminentemente del dominio quirúrgico, aún cuando reconocemos la utilidad de las radiaciones ionizantes y de la quimioterapia como adyuvantes en el tratamiento de ciertos estadios de la enfermedad. Los tumores de ovario tienen una gran tendencia a la bilateralidad, en especial, aquellos más frecuentes como los cistoadenocarcinomas serosos. Igualmente se ha comprobado su tendencia a diseminarse a los ganglios periaórticos a través de los ligamentos infundíbulopélvicos. Las metástasis a los ganglios pélvicos son realmente poco frecuentes (7 %), por lo cual no tiene cabida la linfadenectomía en el tratamiento de carcinoma ovárico. El tratamiento profiláctico debe realizarse en mujeres mayores de 45 años cuando se operan los ovarios por otra causa, o en caso de tumores de origen digestivo o mama. Igualmente deben ser exploradas quirúrgicamente aquellas en actividad menstrual que presenten un aumento de tamaño de dicho órgano, de consistencia sólida, o tumoraciones mayores de 5 centímetros. En carcinomas de ovario estadio I, se debe realizar histerectomía total con ooforosalpinguectomía bilateral, extirpación del omento en forma generosa y apendicetomía. En los estadios III está indicado la extirpación quirúrgica máxima, siempre y cuando no implique la ablación de órganos que pueden poner en peligro la recuperación más o menos inmediata de la paciente.